¿HAS VENDIDO TU ALMA POR UN TRABAJO?

“Es toda una experiencia vivir con miedo, ¿verdad? Eso es lo que significa ser un esclavo”. Esta frase la decía uno de los replicantes en la película Blade Runner justo antes de morir, y un amigo muy querido me la recordó hace poco tiempo al hablar de su situación laboral. Lo cierto es que me llamó la atención su claridad de ideas a la hora de definir el infierno laboral por el que acababa de pasar: durante mucho tiempo se había visto ignorado, ninguneado y por supuesto nada valorado en su actual posición. Iba a trabajar con miedo debido a que los comentarios sobre su permanencia en la empresa, si no alcanzaba resultados, eran constantes.

Aquel trabajo llegó a hacerle sentir que no era dueño de su propio vida y que eran los demás los que manejaban los hilos por él. ¿Os suena a alguno esa situación? ¿habéis pasado por algo similar en algún momento de vuestra carrera profesional?  Cada vez me encuentro más personas que me describen esta situación con palabras muy similares pero todas relatan lo mismo: miedo en el trabajo.

Miedo a perder un estatus imaginario alcanzado a golpe de sacrificios, madrugones, jornadas interminables, fines de semanas privados de estar con la familia, un teléfono que suena a deshoras y en días festivos. Miedo a dejar de ser considerado como ese empleado comprometido y abnegado que llega el primero y se va el último, porque eso demuestra compromiso para con la empresa.

Miedo a no ser tenido en cuenta para esa promoción laboral ó incremento salarial que, aunque suponga un mayor sacrifico, merece la pena por escalar un escaloncito más en la carrera profesional.

Miedo a que nuestro jefe un día se levante con el pie izquierdo y nos ponga en esa lista negra, en la que nadie quiere estar, pero que en algún momento hemos podido estar sólamente por el hecho de pensar diferente y expresarlo abiertamente.

Miedo a que nuestros compañeros de trabajo no nos tengan en cuenta ó seamos la diana de los comentarios del resto de empleados. En definitiva, miedo a no ser aceptados por aquellos con los que compartimos tantas horas al día.

Miedo a no saber en qué llenar todas nuestras horas si no estamos trabajando porque al fin y al cabo si no trabajas, en qué te conviertes: ¡en un parado!. Y ya sabemos que los desempleados son personas muy peligrosas porque tienen la mala costumbre de pensar diferente a los dictados de la empresa de turno para la que trabajamos. Porque al fin y al cabo son fieles a ellos mismos que son para los que trabajan las 24 horas al día.

Miedo a darte cuenta que, después de tantos años creyendo que sólo podías trabajar en aquello en lo que llevabas tanto tiempo haciéndolo, descubres que tienes habilidad nuevas y que son mucho más gratificantes.

Miedo a levantarte un día y comprobar que ya no tienes miedo porque has aprendido a que sin esa sensación se vive mucho mejor y descubres lo que es la libertad. Libertad para tomar tus decisiones y aprender de tus errores.

Hace varios años trabajé para una empresa donde el miedo se respiraba desde que empezabas la jornada hasta el final de la misma. El director General, que ocupaba la última planta, se pasaba los días recluidos en su planta a la cual sólo podías acceder si te llamaba. Y cuando te llamaba no solían ser buenas noticias. Entre los empleados era habitual utilizar sinónimos para referirse a él sin pronunciar su nombre. Resultaba curioso como hasta el hecho de nombrarle daba miedo. Recuerdo que la primera vez que me llamó, y posiblemente fruto de todo ese ambiente, me temblaban las piernas y me costaba hablar. Cuando salí de la reunión ni me reconocía a mí misma. Yo no solía ser así. La transformación se estaba produciendo. Empezaba a sentir miedo. A partir de ahí los comentarios se intensificaron así como la presión. Los comentarios se convirtieron en amenazas veladas y un día llegó el despido. No me sorprendió pero sí me alivió sentir que por fin me iba. Sólo cuando estuve fuera de la empresa y, algún tiempo después, descubrí que me había convertido en esclava de mis miedos simplemente por pensar diferente y expresar mis opiniones. Y hoy en día, pensar diferente se ha convertido en un deporte de riesgo ya que significa que hemos dejado de ser fácilmente manipulables. Porque ya no tenemos miedo a que nos despidan o que nos amonesten o que nos digan que no hemos alcanzado un determinado nivel de desempeño.

La libertad es un  derecho que conquistamos todos los días.